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Si hay un viaje que tengo en lo mas alto de mis prioridades es el de visitar el Valle del Chota y disfrutar in situ el género musical propio de la “Bomba”. Me queda bastante lejos en horas de autobús pero es algo que tarde o temprano tengo que hacer pues mi afición por las músicas ancestrales no para de darme palos en la cabeza apremiándome para que busque un hueco en cuanto tenga la ocasión.
Si hay un viaje que tengo en lo mas alto de mis prioridades es el de visitar el Valle del Chota y disfrutar in situ el género musical propio de la “Bomba”. Me queda bastante lejos en horas de autobús pero es algo que tarde o temprano tengo que hacer pues mi afición por las músicas ancestrales no para de darme palos en la cabeza apremiándome para que busque un hueco en cuanto tenga la ocasión.
El
Valle del Chota es una región ecuatoriana situada en la cuenca del río Chota
en los límites entre las provincias de Imbabura
y de Carchi, en medio de la
sierra andina
del norte de el país y caracterizada por tener una población de origen africano que durante el siglo XVII fueron
traídos hasta Ecuador por los jesuitas para trabajar como esclavos en las minas
y en las plantaciones de caña de azúcar.
La
Bomba tiene un ritmo y
velocidad que puede variar desde un tiempo ligero bailable hasta una intensidad
propia de muchos ritmos afro-americanos donde destaca la percusión, así como en
el baile resalta el movimiento de cadera y el baile pegado con actitudes
eróticas. Una particularidad del baile en las mujeres es cuando algún hombre la
desafía y bailan con una botella de “puro” en la cabeza.
A
finales del siglo XIX comienzan a aparecer agrupaciones espontáneas (hoy en día
están generalmente conformadas por 14 miembros) dedicadas a amenizar las
diferentes fiestas populares con la particularidad de utilizar instrumentos
rudimentarios como: hojas de naranjo, flautas, machetes, bombo y cornetas
hechas de calabazo seco, además de puros, penicos, peinillas, etc. El nombre de
estas agrupaciones denominadas “Banda Mocha” proviene de los calabazos secos
que vaciaban y cortaban por un extremo dejándolos “mochos”.
Comprenderéis que
son demasiadas cosas increíbles como para no estar ansioso de comprobar en
persona todo éste movimiento cultural que tengo a tan sólo 16 horas de autobús,
pero seguro que no se me harán pesadas… eso hay que verlo y vivirlo.
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