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Tercera caminata organizada por el club Ruta de los Cerros y como siempre a las 7,30am en punto tomamos camino hacia uno de los lugares más desconocidos por los propios moradores. La Chamana promete lugares de una belleza difícil de reflejar y la expectativa era grande.
Vuelta
hacia nuestro punto de encuentro con la familia de don Urbano para degustar un
estupendo seco de gallina criolla, que sirvió como reconstituyente al esfuerzo
realizado, y hacia Catacocha después de una increíble aventura por una zona
poco conocida, a la que ya nos comprometimos a volver bien pronto.
Si quieres ver mas fotos de la aventura que vivimos en La Chamana puedes entrar al álbum de Facebook pinchando aqui o si quieres ver el video pincha aquí.
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Tercera caminata organizada por el club Ruta de los Cerros y como siempre a las 7,30am en punto tomamos camino hacia uno de los lugares más desconocidos por los propios moradores. La Chamana promete lugares de una belleza difícil de reflejar y la expectativa era grande.
A medio camino
entre Catacocha y Velacruz (15 minutos en bus), donde reside el Tarimbo (cerro que ocupará una próxima visita) se encuentra la
entrada hacia La Chamana, por una vía de
tercera categoría que invita a caminarla, pues esa primera parte del
recorrido ofrece unas vistas majestuosas
de las pampas que preceden a una zona bien aislada y bastante olvidada.
Siguiendo
la ruta quebrada (riachuelo) abajo se observa una variedad de vegetación que
hace olvidar tus preocupaciones diarias, a pesar de estar aún en época seca.
Salteado de cuevas por un tramo del curso de la quebrada, el camino se hace angosto
y los obstáculos en formas de grandes piedras con formas caprichosas, gracias a
la erosión producida por el agua, te obliga a esforzarte al máximo hasta llegar
a la casa de don Urbano, lugar donde repondríamos fuerzas una vez recorrido el
segundo tramo de la caminata, hasta las diferentes pequeñas lagunas y chorreras
que nos brindaba el curso de la quebrada.
Con el
tentativo olor del seco de gallina criolla que los moradores nos preparaban
para nuestro regreso, iniciamos la ruta hacia las chorreras. Bordeando el curso
del río por unos senderos desiguales y abruptos de vegetación la procesión de
los caminantes iba maravillándose de cuanto se nos aparecía en forma de
paisajes idílicos.
Las
diferentes chorreras que se iban descubriendo y que el río confeccionaba, a
pesar de la escasez de agua, se complementaban con una de las sorpresas; los
guayacanes ya florecidos que embellecían nuestra estancia maravillándonos con
su color amarillo intenso, que contrastaban con los tacines hechos en la roca
blanca.
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