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El Rondador, instrumento por antonomasia de los Ándes



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Desde pequeño me llamó la atención ese instrumento que en la esquina de la plaza de Santo Domingo, de mi Murcia natal, tocaban un grupo de músicos, para mi extraños, con trajes muy llamativos durante todos los sábados en la tarde.
Los músicos andinos le sacaban unos sonidos increíbles a ese conjunto de tubos que me hipnotizaba y aún lo sigue haciendo cuando lo escucho, su sonido me parece fascinante.

El rondador representa el equilibrio entre el hombre, la naturaleza y el espíritu, conjugados por la imaginación del pueblo que habitó lo que hoy es Ecuador. No es difícil imaginar a la comunidad reunida en torno a la armonía manada de sus cañas rindiendo tributo a los urcutaitas y a la sagrada Pachamama.




Hablar de este instrumento es adentrarse en un mundo de magia, leyenda e historia. En algunas culturas, como en la Jama Coaque, ya se lo utilizaba en ceremonias religiosas en el año quinientos de la era cristiana, por eso es común verlo representado en estatuillas de cerámica de aquella época. Diferentes formas, todas relacionadas, permiten reconocer en estos antiguos instrumentos a los padres del rondador. Se cree que en aquellos años se los construía también de fibras naturales como la caña o el sigse. No se ha llegado ha determinar con exactitud dónde exactamente fue creado, ni qué tiempo tomo en desarrollarse; solo sabemos que es parte de nuestra cultura, que cuando lo escuchamos lo sentimos profundamente, y que relegarlo al olvido como hasta ahora es un error imperdonable.

El rondador es conocido en toda la región andina. En el Ecuador tiene parientes lejanos como el pingullo, el pífano y las pallas; en Perú y Bolivia sus primos son la malta, los chulis, zampoñas, sankas y tarkas. La gran capacidad creativa de la región se manifiesta en el florecimiento de instrumentos extraordinariamente parecidos pero completamente diferentes en escalas musicales, afinaciones e incluso interpretaciones.

Esta confeccionado con tubos huecos de carrizo, caña, pluma de cóndor, hueso, plástico, metal o cerámica abiertos por un solo extremo y su número varía entre la decena y el medio centenar de acuerdo a la dimensión del instrumento, se ordenan de forma escalonada, de acuerdo a su longitud, y se sujetan mediante ataduras de hilo o lana o con la ayuda de tirillas de caña.




El sonido es muy característico e identificativo de la zona, por lo menos para mí que desde bien joven me transportaba a los lugares y montañas donde me encuentro ahora.



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