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06.30 de la mañana y desde Catamayo pusimos rumbo hacia el sur con
destino a la cabecera cantonal de
Gonzanamá, sorteando una vía propia del siglo XIX que nos transportó por
unos paisajes andinos, a los que por suerte ya estoy acostumbrado, por eso creo
que ya no los aprecio como al principio, pero me siguen fascinando.
Una rápida visita a la pequeña
loma donde reside la imponente cruz, desde donde las vistas de Gonzanamá se
tornan en privilegiadas, y camino de vuelta metalizándonos para sufrir de nuevo
esa vía, que esperamos alguien tome cartas en el asunto para su
acondicionamiento.
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El Rondador, instrumento por antonomasia de los Ándes
Entrada a Gonzanamá |
Parroquias como Nambacola, Changaimina, Sacapalca o Purunuma
ofrecen una visión que me hipnotiza, como cuando miro mi adorado mar, mi
Mar Mediterráneo que tanto echo de menos.
Después de media hora de viaje intentando esquivar los baches
encontramos unos muy prácticos
“paraderos” justo en mitad del camino, que se distribuían en muy pocos
kilómetros.
Parrilla de hacer asados, bien
techado y totalmente acondicionado para una parada familiar con encanto, pero
nuestro desconsuelo como siempre nos llega con el mantenimiento que lucen. Apenas
un par de ellos constatamos que lucían como deben de lucir. Una lástima, pues
se ven muy apetecibles para ofrecer un
descanso al viajero.
El monumento vacuno que nos recibe nos confirma lo que sabíamos, la
zona es mayoritariamente ganadera –su
queso es famoso en toda la provincia- y junto con la agricultura son el
sustento principal.
Roscones de viento, un exquisito bocado dulce, es lo primero que se
nos ofrece en cuanto bajamos de nuestros castigados vehículos. La sorpresa nos alcanzó
al comprobar que justo habíamos llegado en día de feria por la festividad al “Señor del Buen Suceso”.
Comerciantes vociferando rodeaban
el suntuoso y enorme santuario, que al
ritmo de yaravís y música andina comercial hacían el camino hasta el templo
una carrera de obstáculos apetecibles para el consumo.
El interior del santuario
impresiona por sus dimensiones, totalmente en desproporción al entorno de la
ciudad; pequeña, tranquila y encantadora,
donde sus calles te transportan a un espíritu rural fácil de lograr.
La visita al mercado se hace
obligada, nos gusta mucho ver los mercados en cada sitio donde vamos, es un
medidor de la actividad de la ciudad o pueblo.
Ahí hicimos un pequeño descanso
para degustar las deliciosas empanadas de queso y un jugo de frutas rojas,
alfalfa y un fortificante llamado
“algarrobina” propio del vecino Perú -dada la cercanía también está
bastante extendido por todo el sur ecuatoriano- que según su prospecto se
confecciona de forma artesanal con extracto
de algarroba, huevos criollos y patas de toro.
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